quinta-feira, 30 de abril de 2015

ARTE METAFÍSICO Y METAFÍSICA DEL ARTE

Luc Olivier d’Algange

Ecritor e filosofo de lingua francesa, inspirado na Tradição espiritual do ocidente e também bebendo nos grandes luminares do Sufismo, apresenta uma obra magistral e profundamente critica do mundo moderno. Inspirado em René Guenon e também em toda fonte literaria latina, produz um texto pleno de Beleza e de Inteligencia como alimento para o Homem neste mundo de final dos tempos.


   La expresión «Arte metafísico» incluye, a menos que se precise rigurosamente su sentido, un número indefinido de realidades que quedan, por decirlo así, a discreción del usuario. La más conocida, en el arte moderno, se refiere a la pintura de Giorgio de Chirico, aunque la acepción de la palabra «metafísica», ahí casi sinónimo de «surrealista», sea en este caso extremadamente vaga. Al margen de una definición filosófica precisa (y la definición precisa corre el riesgo de ser reductora), todo arte, o ningún arte, puede ser llamado «metafísico».
Todo arte, en el sentido de que el Arte viene siempre después de la naturaleza, como la Metafísica de Aristóteles viene después de su Física. O ningún arte, en la medida en que el arte presupone, para existir, para llegar a nuestro entendimiento, un soporte material. La pintura, la escultura, la música, vienen después de la naturaleza, la physis en el sentido griego, pero indudablemente toman de ella sus manifestaciones, que son el color, la piedra o la madera, la vibración del aire.


Distinguir un arte metafísico de un arte que no lo sea exige, pues, que nos apoyemos en otro orden de realidades distinto al de la manifestación; exige que supongamos que no sólo el Arte, sino la naturaleza misma se ordenan según otra realidad, un mundo suprasensible, propiamente metafísico. Para dar a la expresión «arte metafísico» algo más que un sentido incierto o vago, debemos suponer, además de la la dimensión de amplitud, una dimensión de exaltación, de verticalidad, una jerarquía de los estados múltiples del ser respecto de los cuales la naturaleza y la obra de arte son, en el orden de la manifestación, unas posibilidades entre una infinidad de ellas.


Otra tentación, incluida en esas premisas, sería identificar el arte metafísico con el arte religioso; habría entonces que aceptar el honrar con la palabra «metafísica» a todas las obras con vocación o motivos religiosos, incluidas las peores beaterías; habría, además, que calificar de «metafísicas» a todas las obras alegóricas, incluidas las que corresponden a representaciones laicas o ideológicas. El arte religioso puede ser metafísico, aunque diste mucho de serlo siempre, mientras que el arte metafísico puede, en ciertas circunstancias, escapar a lo religioso, al menos en la definición comunitaria, administrativa y dogmática de lo religioso.


Cuando Caspar David Friedrich pinta un paisaje de bosque o de hielo, cuando nos introduce en la claridad indecisa del alba o del crepúsculo, cuando evoca el invierno nevado o el otoño dorado, su pintura es metafísica no por lo que representa, sino por la manera, el poien, en que el pintor representa la naturaleza, percibida entonces como una emanación o un símbolo de una realidad superior, más allá de lo manifiesto pero transparentándose a su través, ofreciéndose y sustrayéndose a la vez. Intercesor entre lo visible y lo invisible, entre la potencia callada, perdida en su abismo de silencio, y el poder expresivo, el vibrato de las líneas y de los colores, entre la noche y el día, el pintor parece al acecho de una presencia misteriosa, angélica, que da a las apariencias la profundidad de la verdad.


El símbolo, al contrario de la alegoría, no es un mecanismo del que se usa a voluntad, sino una gracia. No es ese elemento concreto que se resuelve en una abstracción, esa expresión llena de imágenes destinada a reducirse a consigna, sino el puente, el chal de Iris, la escala del viento. El arte metafísico se puede así reconocer por una ligereza y una iluminación propia, una ingravidez y una luminosidad que no pertenecen más que a él (y que puede albergar incluso sin saberlo el artista) y que no se puede imitar ni reproducir a voluntad.


Existe en la experiencia de la obra de arte metafísica, como en la experiencia alquímica, un principio de no reproducibilidad en el que entran en juego un conjunto de relaciones, tanto en el modo de la amplitud como en el de la exaltación, que escapan a la valoración y la voluntad humana. No hay arte metafísico sin experiencia metafísica, no hay figuración del mundo imaginal sin una ascensión nocturna, sin un viaje al Octavo Clima. El carácter tradicional del arte metafísico no le quita nada al carácter único, al «cada vez que», de aquel que lo ejerce, reflejo de la Unificencia que hace posible toda presencia y toda cosa representada. Sólo ínfimos detalles distinguen a menudo, en una época y un área geográfica dadas, la esculturas de un Buda de la de otro Buda, un mándala de otro mándala, un icono de otro icono, pero esos ínfimos matices son tan importantes como la invisible verdad que se oculta en ellos. Es por esos matices, por esas variaciones, por lo que lo sagrado se transparenta, por los que se deja adivinar el fervor del gesto de aquel que estuvo en oración en el interior de su gesto.


Tal es la ligereza de las obras de arte verdaderamente metafísicas y que las diferencia de otras, aparentemente próximas, con las que una mirada superficial podría confundirlas. La luz es en este mundo la mensajera de esa ligereza divina. Hemos visto los cuadros de Caspar David Friedrich arrebatados por el chal de Iris al corazón de lo real; basta ahora dejar resonar en uno mismo, en una perspectiva invertida, el resplandor silencioso de la luz del icono pintado según las reglas de la Filocalia. Quien sepa hacer de lo real un icono reconocerá en el icono una condensación de la realidad en tanto que belleza, y, en la belleza, «el esplendor de la verdad».


Lo que nos aportan la ligereza, la luz y la unificencia del arte metafísico es así un conocimiento acrecentado de la verdad, de la que la belleza es indisociable. El arte metafísico precisa una definición de la belleza, no ya relativa, aventurada o subjetiva, sino epifánica. La belleza artística no puede ser sino por aquello de lo que es testigo, por ese velo que la revela «como verdad», del mismo modo que la verdad metafísica no podría manifestarse en este mundo sino como belleza. El arte no está ya, entonces, vuelto sobre sí mismo, replegado de manera narcisista hacia su propia consideración, en la ilusión de una autonomía que lo reduce a no ser más que un puro formalismo, sino un instrumento de conocimiento cuya gnosis concierne a la vez al mundo interior y al mundo exterior. La perspectiva invertida del icono ilustra esta intuición (que entregamos aquí en su desnudez, no sin invitar a aquellos que tengan la paciencia de escucharnos a prolongar su meditación en las obras del padre Florensky).


¿De dónde viene la luz? A esta pregunta, el icono da su respuesta, que es a la vez pictórica y metafísica, en armonía con la liturgia ortodoxa que proclama que «Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios». Si aceptamos la obra de arte en tanto instrumento de conocimiento, en tanto que gnosis, no sin incluir en este consentimiento nuestra condición humana y el mundo sensible que nos rodea ―también ellos instrumentos de conocimiento―, reflejos de una realidad más alta, de una procesión de Inteligencias (en el sentido plotiniano e ismailí), surgidas unas de otras en una dramaturgia grandiosa (como la describen las obras de Sohravardî), la pregunta esencial (¿de dónde viene la luz?) recibe la respuesta que nos es dada por el icono: «de nosotros mismos», o, lo que viene a ser lo mismo, del pincel que le dio esa forma singular de «vida» que la ciencia biológica no puede definir.


Ante un icono, no nos situamos frente a la luz emanada, sino que entramos en ella identificándonos con el movimiento de la luz. Esa luz parece venir de nosotros; son nuestros ojos los que parecen iluminar la escena sagrada; es nuestra mirada la que parece el vector de los fotones, de las luciérnagas de oro que danzan en el espacio intermedio donde lo invisible deviene visible. Esa fulgurante inversión de la perspectiva profana es la experiencia fundadora del arte metafísico. Sin embargo, el error sería detenerse ahí; no percibir que nuestra mirada no es sino la mirada de otra mirada, ella misma testigo de un resplandor que atraviesa de parte a parte lo visible y lo invisible, tal como ya sabía Angelus Silesius: El ojo por el que veo a Dios y el ojo por el que Dios me ve, son un solo y mismo ojo.

Traducción Agustín López Tobajas

segunda-feira, 27 de abril de 2015

A SABEDORIA DO CORPO e a ECOLOGIA HUMANA

Nossos corpos são o templo do Espírito Santo que está em nós   Cor. 6:19

   Eu respiro nele (Adão) Meu Espírito    Corão 88:82



    Em todas as Tradições Religiosas o corpo humano é considerado sagrado como um templo pela presença do Espírito. A partir do renascimento o corpo humano foi transformado pela “ciência” em um espaço publico, onde todo sentido de mistério, de interioridade privada, foi removido, tendo como consequência a criação de uma medicina industrial, maquinista e cientista culminando na total desumanização do paciente. Atualmente existe uma redescoberta do corpo tanto da perspectiva religiosa como de outros pontos de vista como a glorificação dos esportes, o culto ao corpo como maquina e pura quantidade e a sexualidade comercial.

    Todas as medicinas Tradicionais, Naturais e Alternativas estão tentando resgatar a pratica da visão holística (integral) do ser humano, o que poderíamos chamar de “Teosofia”- Sabedoria Divina - do corpo. O problema é que estando este resgate desvinculado de uma pratica espiritual no marco de uma Tradição Religiosa, torna as técnicas terapêuticas limitadas e pouco eficientes.

   
 Por outro lado a medicina industrial/oficial/alopática dita “cientifica” continua desenvolvendo pesquisas visando e considerando o corpo humano como uma complicada maquina, que pode e deve ser dominada. Isto esta gerando uma grande crise ética e moral com consequências econômicas, sociais, culturais e espirituais. 
   É urgente a necessidade de recuperar o corpo humano como Templo Divino, não somente em sentido metafórico, mas também simbólico e operativo com um sentido real para a vida do ser humano, sendo o corpo o teatro das manifestações da Sabedoria Divina. O microcosmo, ou seja, o corpo humano tem uma significação fundamental na realização espiritual do homem e está em constante e direta comunhão com o mundo da natureza, possuindo sua própria sabedoria independente do racionalismo humano. Cosmos é o “mundo”, que não passa de um fragmento infinito do Universo manifestado. Então, ornamentar-se, enfeitar-se no sentido da palavra grega kosmetikos significa embelezar-se com as qualidades Cósmicas, tornando-se igual ao “cosmos” que é a grande Natureza Divina. 

      Todas as religiões Tradicionais enfatizam o contato direto entre o corpo do homem e os elementos da natureza, não de uma maneira “naturalista”, mas no sentido de que o corpo possui conexões sutis com a rede da vida que esta além de nosso entendimento mental ordinário. O homem pode identificar em seu corpo e não somente em sua mente, com este ou aquele animal, planta, montanha, considerado não simplesmente como o “objeto físico” no sentido moderno da ciência, mas como a corporificação de um arquétipo e modelo celeste.
    O corpo humano como templo do Espírito é o modelo da arquitetura sagrada de varias Tradições, entre elas o cristianismo e o hinduísmo; por exemplo, catedral de Chartres; templo de Luxor. É a contemplação que permitiu que os elementos qualitativos e espirituais da natureza, que constitui a fonte da Beleza - pois como  dizia Platão "a Beleza é a expressão da Bondade e da Verdade" - pudessem refletir-se nos mais belos jardins japoneses, persas e nas inumeráveis obras de caráter similar.
    O corpo físico/grosseiro é o mais “baixo” nível de nossa “realidade corporal”, pois temos outros corpos sutis e invisíveis. Nesta perspectiva o espiritual, o mental e o físico não podem ser separados, e o corpo deve ser considerado fundamental na cura e na realização espiritual e contendo profundas significações religiosas.
    Existência humana significa existir com a vida e isto implica existir pelas virtudes do nosso corpo, alma e espirito. Existir dentro do mundo implica a dimensão espacial do corpo em contato com a mente e o espírito, em contraposição a visão moderna de uma mente desconectada do corpo/maquina.
    As praticas espirituais Tradicionais que permitem conhecer-se a si mesmo e disciplinar o espirito, requerem o uso do corpo, da fala, da mente e da vontade, com fé, nobreza, retidão, polidez e sinceridade buscando realizar as virtudes Celestes. 
    O corpo, apesar das distrações e condicionamentos da mente, deve tornar-se o recipiente que contem a presença Divina. As praticas espirituais significam de fato manter a mente dentro do corpo/coração, ao invés de vivermos no comum e automático estado de dispersão e consumidos pelas ilusões e objetos do mundo exterior. Praticas estas que mantém o equilíbrio e a saúde do corpo humano
    A espiritualização do corpo e dos sentidos e a corporifição do espírito, é o centro do trabalho espiritual das Religiões Tradicionais.
    Por estarmos conectados com o mundo da natureza não somente através do corpo, mas também pela alma e pelo espírito, esta relação é uma chave para o entendimento do significado religioso e espiritual da ordem da natureza e para a Cura Real do Ser Humano. 
    O homem de hoje necessita  resgatar esta antiga, nova e atual visão de si, da natureza e de sua relação com ela para poder sobreviver, inclusive fisicamente. Sendo o homem potencialmente o agente consciente e transformador do ambiente em que vive - neste mundo moderno materialista, cultuador da ciência e do progresso e industrialista em total degeneração - é necessária uma atitude simples e responsável  para consigo mesmo, no sentido de se conhecer como Ser Humano integrante de um Cosmos hierarquizado e Universal.
    Ecologia Humana significa o homem curar a si mesmo, para curar o ambiente e a natureza. Curar significa  equilíbrio, responsabilidade para consigo, harmonia e consciência de sua função na sociedade e no Cosmos, em sintonia com os ensinamentos das Tradições Espirituais da humanidade.

    
  Isto requer a busca da simplicidade no dia a dia de nossa vida, ou seja, educação apropriada, alimentação equilibrada, informação adequada e seletiva, moradia confortável e viva, saúde consciente, discernimento intelectual, contemplação da natureza e da beleza, e alegria de viver numa relação harmônica, inteligente e compassiva de ser humano para com ser humano e para com o Divino.


quinta-feira, 23 de abril de 2015

O Sopro Misericordioso de cada instante

Céu da Alma e Céu do Corpo

Nasce este momento de contemplação do coração onde o azul infinito que permanentemente esta entre nossas células é alimentado pelo profundo azul celeste, é como se numa troca incessante nos alimentássemos do espirito Divino para que a Vida sopre em nosso coração. 
Alegria de viver cada instante respirando a consciência da Sabedoria Divina. 
A propriedade mais excelsa de nosso coração e cérebro é alegrar-se, entusiasmar-se, pois entrar em contacto com uma energia alegre desprende a musica do silencio, algo que ocorre exclusivamente para o Si mesmo de cada um. Toda realização espiritual é a permanente consciência de que a cada instante estamos incessantemente recordando-nos do Si mesmo - expressão do Divino - como a unica possibilidade real de que a Beleza, a Bondade e a Verdade estejam presentes em nossa vida.  

Instante em que nascem estas observações necessárias para a realização deste texto inicial, luz e energia para muitos outros com sugestões e informações de uma experiencia direta de Busca da verdade na Via espiritual. Busca do conhecimento universal e intemporal com realização do Divino no cotidiano aqui e agora, bebendo nas fontes tradicionais das grandes Religiões reveladas, neste tempo obscuro - Kali Yuga - de final de ciclo desta humanidade.
Alimentar corpo, alma e espirito com a Sabedoria e o Amor, destes diferentes raios espirituais, que formam esta roda que gira centrada em um eixo, conhecido como Sanathana Dharma pelos hindus, ou Sophia Perennis mais recentemente no ocidente. 
Sabedoria manifestada e ensinada pelos grandes Sábios e Santos das diferentes tradições espirituais, que possibilitou e possibilita que o ser humano superando a si mesmo realize a cada instante de sua vida o mel da não-dualidade na bondade e na nobreza do coração, como a Real presença humana na alegria e na beleza de viver.

Arte como expressão do Belo nas suas mais diferentes formas culturais e religiosas. Terapia na busca da Verdade para curar o humano com Consciência e Amor, bebendo na Tradição de toda a Sabedoria universal, em um permanente solve et coagula do coração, para que a Misericórdia do conhecimento Divino nos guie a cada momento desta jornada.
Espaço para partilhar flores, perolas e tesouros que os Céus revelaram aos sábios de todos os tempos.
Buscamos aqui também refletir e divulgar as mais diferentes técnicas de cura corporal, psíquicas e espirituais que as grandes Tradições tem nos legado e ensinado, propiciando a cada um instrumentos uteis na tomada permanente da Consciência que somos.